10 de septiembre de 2013

Reflexión

Empezó a llorar sangre, sólo para que la miren. Se sentía sola, aunque hubiesen estrellas, amigos que la quieren como es, y sin embargo no hace otra cosa que intoxicar sus vínculos y desaparecer del mundo, para abstraerse en un plano lleno de delirio e insanía, cálculos metafísicos y filosofía de diván.
Finalmente se rinde cuando la ataca el cansancio. Es eso o dar rienda suelta a la bestia. Y si eso sucede, ella no podría soportar las consecuencias.
Por eso se deja llevar por el letargo, así se olvida de las manías y los caprichos, inventando colores y devorando cristal.
No puede crecer porque llegó al límite. Y sin embargo consiguió tan poco.
Se desmerece y detesta, se mira al espejo y da vuelta la cabeza para mirar de refilón y entregarse a una cama ajena y prestada, usada, colmándose de vacío hasta lo más hondo, espera y no activa, las pirañas andan más cerca de lo que cree, y esta vez la danza y la voz del Indio no le otorgan consuelo ni van a salvarla.
Las paredes se ciernen sobre sus sienes y el cerebro se escurre lentamente. La máquina de sangre que alberga su pecho va a estallar.
Sus celos su viaje la paranoia la hacen huir lejos y adorar a los falsos ídolos en quienes deposita las gotas de humanidad que le van quedando, cada vez menos.
Se ahorca con las perlas que alguna vez amó y se hunde en lo abisal de la noche que no garantiza que sobreviva una vez más.
No sabe usar a la bestia a su antojo.
Y sin embargo es uno de los monstruos más hermosos que puedas cruzarte.
Se siente en coma, ya va a despertar.