6 de junio de 2017

Buen Viaje, Psiconautas.

Creo que me despido de esta escena
lo que no me arrebata el anonimato de continuar en algún rincón
por las ganas de exhibir y el desacostumbramiento parcial
de escribir para que el resto, el público de mi drama
intentando seguir un hilito
y no desbaratarme al cambalache de nubes que me tienta tanto, tanto
despedirme, continuado
por necesidad de vuelta de tuerca
de manija, de ganas de seguir y jamás parar
de deconstruir de a poco
y de darme un cierre más satisfactorio.

Cierro y dejo la escena como testamento, epitafio
porque las murallas se levantan otra vez
y desaparece la taquicardia, la anestesia, néctar
porque renacer una vez más, no me cuesta nada (si estás vos)

Hasta siempre.

19 de diciembre de 2016

No supo dar cuenta de las inadvertencias que le mostraban los químicos.
No pudo controlar las náuseas, el ataque. El pánico que la hacía temblar.
No quiso resignar sus seres internos, porque es muchos y nadie, siempre.
No puede mirar atrás y sentir algo verdaderamente.
No quiere vivir, no le sale.
No quiere dejar de amarlo nunca.

15 de mayo de 2016

Era mucho menos de lo que imaginaba. Nunca dejo de ser sexo, nunca para esta
hambruna, las ansias de que estés dentro mío, siempre.
Como quien diría que enfermos y todo me quedo por siempre pegada así
acabando y finalmente muriendo, muriendo mientras me voy muriendo. 
Nunca dejamos de ser sexo furibundo y cruel, nunca nunca nunca. 
Los moretones y las marcas, la guerra hecha carne.
La carne que pide guerra, y pide morirse de todas las formas posibles, llegando a flotar en este subespacio mío, sólo mío. 
Finalmente, perderme en tu calor.
Para morirme siempre que te abrazo.
Siempre.
No, no quiero un Dios que me vende artesanías.
Tampoco uno que me toque la puerta a las seis de la mañana un domingo, cuando tengo resaca.
Cuando el mareo no se abstiene de pegarme una patada al hígado.
No quiero un Dios que me censure las flores, ni los limones del patio
para meterlos en una jarra de vino barato,
sólo queremos desaparecer en las penas.

No quiero un discurso, ni una masculinidad, ni una feminidad.
No quiero ni a las gordas ni a las flacas,
que me escupen discursos disidentes sin sentido.

No voy a ir a marchar, no.
Bah, capaz que sí.
Porque si la indiferencia antes me causaba sufrimiento, hoy día, es un clavo directo en la sien.

Ya no me sorprende el odio que veo por acá; si siempre tuvieron esa mierda adentro.

Jamás voy a dejar de envidiar la desnudez perfecta. La desnudez que corresponde a la de una actriz porno.
Porque ahora, todas vienen así, hermosas, re buenas.

No quiero tener nada que ver con esa revolución, parte de la generación producto de la escupida de años anteriores, de generaciones anteriores a las cuales les chupó un huevo si nos pasaba algo.

No quiero un Dios que no sea el mío propio.

Bailate

Escucho, ese piano, esas melodías. Y me sostenés cerquita tuyo, apretada contra tu panza. Bailamos.
Y poso mi nariz fría en tu mentón; no alcanzo a mirarte del todo, más que tu nariz. Gloriosa nariz.
Y damos unas vueltitas, suena la música, no se escuchan nuestros pies descalzos.
Me llevo un souvenir.
Sigo pensándote irremediable, lleno de incógnitas. No me cierra, y me pierdo, y ato ato ato todos los hilos que pueda encontrar. Y todos los hijos que pueda tragar.
Conejito de sogas, cuando toca; cuando no, bailamos desnudos.
Nos acostamos desnudos, esperando un ínfimo trozo de tiempo, eternidad. 
Un pedazo de cielo que no llega, la calma, la inadvertencia.
Espero que las cosas se arreglen solitas. No es tan fácil, como parece.
Estamos bailando a la espera. En un lugar espejado, sin paredes. 
Estamos bailando desnudos, heridos, un poco desilusionados. 
Estamos acostados, descubro tu espalda, esa eternidad verdadera. 
Mi recuerdo permanente, vivo. 
Burla de Dios, tu cara, cuando me mirás. 
Tu cara, cuando duerme. Y también cuando se va.
Tu cara, mientras bailamos. 
Me mirás. Me muero. Te amo.
Estamos bailando dentro de mi cabeza. 
Y yo, te abrazo y me derrito y me muero. 
Y resucito. Siempre así.