2 de noviembre de 2014

Ensayo

Hoy me propongo a delimitar determinadas causas de mi fatalismo perpetuo, que acompaña a la eterna melancolía y depresión crónica.

Para ello, me veo obligada a recurrir al ataúd de la memoria, siendo los recuerdos y las inferencias los justificativos del momento actual.

Principalmente el comienzo de la distorsión total se entrevé desde el 2012, tiempos en los cuales empezaba a golpearme la realidad en todo su esplendor, tiempos en los cuales empecé a derribar todo lo que conocía, sintuándome a la deriva. Previo a eso, los años de violencia, los dichos imborrables, el branding psíquico. No es un justificante, es un mero antecedente.

Hace dos años exactamente, sí, dos años, me perdía en pieles familiares y no tanto, lunares pequeños, alientos de cigarrillo. Rompí los cánones y decidí darme la rienda suelta. No poseo orgullo de lo sucedido entre 2012/2013/2014.

Satisfice deseos infantiles.
Usé todas las anteojeras que quise.
Me desviví por amar a quién no se lo merecía
y rechazar a quién no despertase mi deseo.
Engañé, mentí, herí y huí
a lugares recónditos, tierras inciertas. Y volví al útero
porque la culpa que no me pertenece es demasiado grande.
Rompí mis caderas para todo aquel que quisiese ver el espectáculo
pero a fin de cuentas nadie me ayudó a rearmarme.
Rechacé el poliamor y el compartir. Rechacé la vejez, me abrí paso a las flores, porque otros químicos me dan miedo.
Y así me olvidé una mordaza lejos lejos. Ya voy a volver.
Me decido a mantener ese fantasma heteronormativo
que dice, uno con uno
no puedo pensarme fuera de eso.
Desvirtué (y sigo desvirtuando) al amor. El creer en un para siempre cuando de entrada tenemos el no.
Me tomé muchos micros y trenes
y anduve demasiadas horas en bici
para no terminar encontrando nada
para rogar aprender a meditar.
Maldije, pequé y le deseé la muerte
al pasado al presente al futuro
porque las excusas no me sirven
porque dichas excusas no existen
para quien quiere cambiar.
Me arrastré en los velorios
llorando más penas que cualquier viuda de hijos muertos.
Destilé veneno
asesiné aspiraciones
le temo al conocimiento
(aunque más terror me dé la ignorancia)
Me limito a odiar
y calcificar mi piel
no puedo permitirme seguir sufriendo. Al menos no tanto por influjos externos.
Me convertí en la puta
en la lujuria
en aquella mujer que necesita que le peguen
sin por eso dejar de añorar una caricia en el pelo. Tratame como una mascota
y yo podría amarte por siempre. Aunque nada sea cierto.
Me devoró el personaje
y así el canibalismo se dio por completo.

El ataúd dejó traslucir sublimado lo que tiene adentro.
Escenas de la Terminal.
Tatuajes inconclusos.
Gente bella que apareció. 
Mucha más gente que se fue. Por desgracia no todos murieron.

Es imposible dejar ir
perdonar
ser indiferente o no tener rencor.
La melancolía es lo único que conozco, quizás lo mejor.
La felicidad, la carencia de dolor
no poseen color para mí.
La depresión tampoco
pero al menos revolcarse en la mierda provoca que escriba cosas muy buenas.

¿No creen?