19 de enero de 2014

Si algún día regresás, tendría que ser un Martes.

Despojarme de la paranoia resulta mucho más difícil de lo que pensé, más cuando caigo en la cuenta de que no me llevo casi absolutamente nada de nadie.
Muy pocas huellas en la memoria; demasiadas las cicatrices que me recorren la piel, y llegan hasta el hueso.
Lo jodido de la situación es la caída libre cuando te das cuenta que la red de apoyo está rota. Que el forro está pinchado. Que una no quiere bailar porque hace demasiado calor y todas las caras, son mal o bien las mismas.
Y los conflictos resurgen cuando la Linterna se encandila o se apaga, cuando por la Ira y la neurosis se mete en el círculo que ella solita se armó.
Y del cual, casi nunca sale.
Mientras permanezca en la ignorancia que decido mantener a duras penas, voy a seguir salteando la opción Z.
Ya no pasa por pensar o no pensar, sentir o no sentir.
Solo quiero que las palabras o la aversión no me afecten al punto de absorberlas y que se vuelvan tangibles. Tangibles y transparentes.
No encuentro cosas que valgan la pena lo suficiente como para desviar el dolor a metas sanas.
Me amodio demasiado, como para admitir que puedo ser mejor.
La piel, el beso, un tacto, una sonrisa. Todas son únicas, todas son iguales, todas están vacías.
Mis dedos no llegan a acariciar los fantasmas.
Tantos rostros incoloros, el bienestar y la pequeña Muerte nunca compensan el tsunami que viene después.
El Ojo de la Tormenta, es efímero para mí.