29 de octubre de 2014

Broken home.

Vos me dijiste que acá cuando eras chica le limpiabas los discos a la señora que vivía antes. Allá por los setenta.
Las vueltas de la vida te obligaron a volver, hace casi veintiún años atrás.
Era blanco y de pocas cosas.
Y con el tiempo estas paredes fueron acumulando violencia.
Así como risas y malestares
cada dos por tres.
Se cimentaron cosas. Muebles noventosos, adornos que se usaban comprados en los bazares chinos. Benditos años noventa.
Luego vinieron las retiradas. Los duelos las neurosis. La sangre.
Todo empezó a quedar chico y viejo. Las paredes se empezaron a cerrar cada vez más sobre nosotras. Y son un grillete. Pero de nada sirve morderse las muñecas, los tobillos.
Esas paredes y ese cielorrazzo empezaron a ponerse amarillos. El clima, los portazos, la sal y la mala leche destruyeron el techo. Hay agujeros como de escopetazos
y entra la brisa cuando hace invierno.
Los muebles, los mismos se pudren. No se pueden mover.
Las paredes se deshacen en polvo y hormigueros.
Y cuando llueve, se vuelven
cataratas colmadas de melancolía y mugre.
Llenamos todo de tachos
y no vemos posible escapatoria.
Así como nuestras vidas se fueron desmoronando y rompiendo
así nos acompañó nuestra casa. Nuestro hogar.
Sólo queda ver que sucederá con los papeles.
Pero es cuestión de demoler y reconstruir. Desaparecerse.
Nacerse.