18 de marzo de 2014

El Adiós

No me sale despedirme bien, no, no me acostumbro nunca. No soporto el campo traviesa ni los rincones del ascensor, ya me conocés.
Los trenes y las vidas pasan, cuando ambos seamos gatos.
No estoy acostumbrada a decir ningún adiós.
Siempre conservo vestigios para revivir cuando me ataca la euforia. Vestigios que hoy pienso bañar en gasolina. Vestigios que hoy se vuelven cenizas junto con mi centro de caramelo.
Sigue siendo raro un adiós. Más uno que no duele; más uno que me sale porque sí.
Me gustó lo vivido en mi cabeza, y la limosna que terminó dándome la realidad, agrandando el combo con papas y gaseosa y con más de un golpe bajo y desilusiones saliéndose de la piñata.
Tu nariz, tus ojos, tu SER.
Todos, como dije alguna vez; todos son mi Monstruo, soy la perfecta Doctora Frankenstein para llevar a cabo la mortificación perpetua cuando no viene la indiferencia a ofrecerme su refugio.
También Jekyll aparece cuando las cosas son como deben; pero Hyde es con quien termino bailando y sofocando todo ápice de esperanza que se asoma en la punta de tu nariz.
Mirarte desde abajo me llena de añoranza y sueños; es distante y desgarrador pero estás ahí y nadie puede sacarte de mi trazado magnífico, en el centro de la Casa de Asterión, mi casa, nuestra casa.
Infinitestimal. Y tan inmune tan hermoso.
No me acostumbro a despedirme. Pero ya me da igual.
Adiós.