16 de junio de 2015

Conciencia de enfermedad

Finalmente llegué a casa. Me saqué la ropa, me encerré en la cama hace frío para estar paseando desnudez.
Las paredes sin rebocar me miran; ellas y sus escrituras, mías, de hace años (y no tanto). Ellas y sus mocos en la pared, y los esmaltes y los dibujos con tiza. Todo fue mejor.
La cabeza piensa sola las voces ajenas no guardan silencio. Las fotocopias esperan. El colchón (lo que queda de) también me alberga expectante.
Se vienen todos los nombres al mismo tiempo, se vuelven sopa amorfa de órganos.
Se vuelven caras sin rostro, lunares sin dueño, perfumes revueltos y narices de cotillón.
Sus manos me ahorcan me acarician me arropan. Alucinar ea hermoso.
Ya no distingo sus voces. Me olvidé de sus nombres.
Amo a más de la cuenta, y odio a todos. Por algo no están ni mi cama ni mi pecho los alberga.
Ríanse. Hagan un coro en este silencio casi atroz, dramático. Denme sus pecas
sus sueños, sus mujeres
denme mi néctar
y quédense con mi duelo.
Sufran
y amen como locos a todos
y a todas
despojándome de sus mapas
y mi pecho se hunde. Mis ojos bailan por la pieza
que no siento el frío
pero me hace acordar que estoy enferma. Que por alguien de aquellos fantasmas sin cuerpo ni alma
fantasmas de recuerdos
me devalúo
y ahora curarme arde hasta los mil infiernos.
Curarme no podría
porque no existe tal cosa.
Y jamás fue algo tan literal para mí.

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